“El aleteo de las alas de una mariposa pueden provocar un tsunami al otro lado del mundo.”

Nunca llegamos a comprender el significado de este proverbio chino hasta que lo hemos vivido. Y todavía hoy, dos meses después de que se decretase el estado de alarma en España, me resulta surrealista todo lo que estamos viviendo en todo el mundo.

Al principio, como todo lo novedoso, acogimos esta situación con incertidumbre pero estoicismo y quisimos mostrar nuestra mejor versión: ahora todos tenemos alguna estrella Michelín, o lo hemos intentando; hemos aumentado nuestro conocimiento en tecnología y comunicación digital; hemos sacado el jardinero que llevamos dentro, ordenado armarios que hacía años que no se abrían, incluso nos hemos montado gimnasios en casas más pequeñas que cajas de cerillas. Pero de todo nos terminamos cansando. Vuelve haber levadura en los supermercados, las clases de zumba se han terminado y hay quien ha sido absorbido por las polillas de los armarios que abrieron. Por no hablar de la falta de concentración, los trastornos del sueño o el aumento de la ansiedad que tantas y tantas personas están sufriendo después de tantos días confinados.

Hace unos días leíamos en Todovoley un artículo de opinión que escribía el compañero Felipe sobre el exceso de programación durante estas semanas en cuanto a voleibol desde distintas cuentas. Menciona a Comunidad Vóley (fuimos los locos que abrimos la veda), a la Federación Catalana o la RFEVB, pero también hay que tener en cuenta otros perfiles que han nacido ahora, como Triple bloqueo, o las entrevistas de Madison Beach Volley Tour y las charlas que clubes de todo tipo de categorías llevan a cabo, así como otras entre perfiles de profesionales internacionales. Son muchas, sí, y muy parecidas, seguramente ¿pero realmente nos hemos saturado de voleibol? No lo creo.

Nos hemos saturado de comunicarnos a través de pantallas, de tener agendas más repletas que cuando íbamos a bares o de tener que estar conectados en todo momento cuando nunca hemos lo hemos estado en semejante grado. Da igual la temática.

Todas estas iniciativas parten de una oportunidad única que no se había dado antes: la disposición y disponibilidad de tiempo de numerosos profesionales que, en circunstancias normales, apenas suman diez días seguidos al año sin viajes, sin partidos, sin entrenamientos. Sin tiempo ni para ellos, ni para sus familias, ni para los medios que divulgan sobre voleibol. Y las oportunidades, no me lo podéis negar, están para aprovecharlas.

En España no se consume voleibol. Son muchas las personas, de todos los perfiles, que lo practican o se dedican a ello de una forma u otra y, sin embargo, todo se queda ahí.  Falta cultura de voleibol en nuestro país, no lo digo yo, lo han dicho varios invitados que durante estos dos meses han pasado por Comunidad Vóley. Ahora no se puede practicar pero sí se puede aprender más sobre ello, saber de dónde parte, las diferentes etapas y momentos que este deporte, al igual que el vóley playa, ha tenido en nuestro país, mirar hacia otros, conocer más a las personas que se dedican a ello, a las que les apasiona y por qué han decidido así sea.

Quien quiera ampliar sus conocimientos ahora tiene la oportunidad, quien prefiera seguir centrado solo en el contacto con la pelota, pronto volverá a tenerla. Igual que no hace falta entrenar 12 horas al día, tampoco es necesario ver todos los contenidos de golpe. La mayoría de ellos siguen disponibles en distintas plataformas; saboreémoslos plácidamente, sin empachos, pero sin dejar de alimentarnos de algo que no sabremos cuándo volveremos a tener encima de la mesa.

 

Pilar Barbó