Estas estrofas son cantadas por muchos de los equipos de base para arengar a los suyos en cada partido o campeonato. Son repetidas hasta la saciedad y hacen que la grada les siga en su animación. Allí, sentados la mayoría, de pie los más inquietos, se encuentran los familiares de los jugadores y compañeros de club que esperan su turno para bajar a la pista a disfrutar de su partido. Y el partido continúa… Vienen más canciones que cada club hace suya, y cada equipo es capaz de cambiarle una palabra a la letra original y de esta forma, hacerla diferente y propia a la vez…

El encuentro se anima y la grada repite al unísono: ♪La camiseta que llevo, Nunca me la quitaré… Los equipos se desviven por mantener el balón en el aire en su campo, luchando hasta la muerte natural de la pelota (frase muy utilizada por @SoySergioFranco del CV Rochelambert). Los puntos pasan y llega el final de la contienda. Vienen las risas y abrazos por un lado de la pista, y cruzando la red, caras serias, y llantos si el partido era clave para conseguir un objetivo previo. Y es que tenemos la suerte de compartir un deporte donde el empate no es una opción. Unas veces se gana y otras se aprende.

En la tribuna también se vive el desenlace, padres que sonríen y empatizan con sus hijos, y otros que aplauden y mandan abrazos en la distancia para ayudar a sus hijos en la tristeza. Pero suele haber un tercer tipo de familiar, aquel que culpa de la pérdida del encuentro de su hijo en el mal juego de sus compañeros o las decisiones de los entrenadores. Ese padre o madre, que antepone el resultado a la felicidad de su hijo o hija junto a sus compañeros, aquel que entiende de todo, aunque nunca en su vida haya practicado este deporte y “sabe perfectamente lo que hay que hacer en cada momento”. Son capaces de conectar con otros padres del mismo pensamiento, y entre ellos empiezan a confabular historias de futuro. Comienzan a colocar a sus hijos aquí o allá, donde ellos ven seguro el triunfo deportivo de su retoño. Los chicos se convierten en “mercancías”, las cuales se mueven de un club a otro al mejor postor.

¡Cuánto bueno y malo ha hecho para el deporte de base el que los padres de ahora se involucren de tal forma en la vida deportiva de sus hijos! Antes los clubes tenían que buscarse las habichuelas para los desplazamientos de los partidos y pocos padres solían ver a sus hijos practicar deporte. En la mayoría de los casos, no sabían ni dónde estaba el lugar de entrenamiento ni quién era la persona encargada de ellos. Poco a poco, hemos conseguido que muchos de los progenitores se impliquen en los clubes para el beneficio de este, y lentamente también han ido apareciendo aquellos en que su hijo es más importante que el resto de sus compañeros. Y hay entrenadores que han visto este filón y han decidido formar parte en este juego.

Y si lo miras desde fuera y fríamente, es lícito. Es totalmente legítimo que una persona o varias que dirigen un club, deseen formar un entramado donde vendan su producto y hay quién quiera comprarlo. Los jugadores no son de nadie, y por mucho que nos duela pueden marcharse donde ellos crean oportuno, y esto no debía ser cuestionado. Pero lo que no es adecuado son las formas en las que suceden en muchas ocasiones. Padres que cambian de club a su hijo porque le han comunicado, desde altas instancias, que para que su hijo triunfe en este deporte debe cambiar su rol en el sistema de juego, ninguneando al equipo y entrenadores que lo han formado y le han permitido llegar a tener la oportunidad de acudir a esa cita donde ha sido rechazado. Siendo estos, los últimos en enterarse de esa determinación. No permitiéndoseles valorar cuál es la mejor elección de futuro deportivo para ese chico/a.

Y vuelvo a reincidir que es totalmente lícito el que un jugador marche aquí o allá, pero en muchas ocasiones el problema está en la forma en que se lleva a cabo, donde se olvida el trabajo de base de aquellos que han hecho que ese jugador sea lo que es hoy en día.

Y claro, hay quien ya ha explotado y ha hecho público su pensamiento, como es el caso de Moisés de Hoyo, @mhoyofdez, presidente del CV Fuentes de Andalucía y con 38 años a la espalda trabajando el deporte desde la base hasta jugadores con proyección internacional, como es el caso de Marisa Fernández, integrante de nuestra selección española por más de 15 años.

Él ha plasmado en un escrito su malestar con esas personas que se aprovechan del trabajo en la base de muchos clubes y prometen a esos padres la panacea. Quien quiera pagarlos que los pague, pero comenta cómo llegan a contactar estos entrenadores con los niños, que no es de otra forma que, sin hablar con sus clubes de origen o enviando mensajes a través de padres o jugadores propios. Lo cual convierte a ese club final en una selección de “estrellas, que desvirtúan la competición y está haciendo que en algunos casos hagan desaparecer a sus clubes de origen.

Muchos han sido los que han querido mostrar su apoyo a Moisés, o simplemente, reflejar su parecer sobre el asunto en cuestión. Marisa Fernández ha sido la más activa en hacer llegar su opinión basada en la experiencia propia que tuvo cuando dio el salto desde su club de inicio.

Para cerrar quiero expresar lo que siempre he pensado que deben hacer los clubes, sobre todo los que llevan más años, que es sentarse, hablar y crear una Asociación de Clubes donde se debatan las diferentes problemáticas que existen en el presente y creen un futuro en el que por encima de todo prevalezca el VOLEIBOL. Tras esto, deben reunirse con las diferentes Federaciones y entre todos remar para un mismo lado. Si no nos preocupamos por el Vóley en general, y cada uno solamente mira por su club, en breve se acabará todo.

Imagen: @kaylund9

 

Dani López ( @DaniLopezVoley )